Entre Sábanas

Sentí tus pasos subir la escalera, cauto y taciturno, bordándole al silencio una explicación que no reclamaría… Con el reproche carcomiendo mis entrañas gire hacia el lado derecho de la cama y cerré los ojos fingiendo que dormía, pude percibir cada movimiento de tus manos, pude ver en la más absoluta oscuridad cada gesto de tu boca.

Dejaste sobre la cómoda el reloj, que presumo, marcaría ya las cinco de la mañana, luego desabrochaste uno a uno los botones de tu camisa y la colgaste cuidadosamente sobre el respaldo de la silla... buscando desorientar al tiempo cerraste las persianas creyendo que yo estaba sumergida en el más profundo de los sueños, te descalzaste y bajaste el cierre de tu pantalón, tu cuerpo olía a hotel y a piel descaradamente ajena, a sexo compartido, a sudor y deseo, a saliva embriagada de alcohol que no era la mía, por un instante te quedaste inhóspito pero aun así podía advertir tu agitada respiración…

Me deslicé suavemente bajo las sábanas y sentí el pánico en tus ojos, me gustaba esa perversión, ese absurdo juego de asesinarte sin la necesidad de matarte.

Te metiste en la cama desprovisto de ropas pero cubierto de culpas cínicas, seguramente vos estabas armando minuciosamente la estrategia a utilizar al siguiente día, buscabas excusas valederas, inventabas tontas historias repetidas...

Me acariciaste el cabello como lo hiciste aquella primera vez, te abrazaste a mi cuerpo distante buscando un refugio que diera misericordia a tu pecado, me besaste la espalda con la desesperación de quien sabe que pierde lo que creyó suyo y pude sentir el ruego de tus manos implorando que no me fuera de tu lado y ahí, en ese momento, comprendí que vos sabías que yo simulaba estar dormida.

Amaneció y sobre la almohada de ese infierno firmé mi testamento.

Prefiero quedarme sola y malherida

que contigo y sepultada.

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