180º y viceversa

No se habían vuelto a hablar desde aquella noche oscura de invierno, contrariamente a lo que ella suponía, en vez de caer al abismo de lágrimas absurdas en despedidas, en vez de gritar “no me dejes”, en vez de golpearse el pecho con el maldito recuerdo y vomitar insultos por doquier, paradójicamente, tras el no rotundo de la boca que amaba, ella, recuperó la dignidad que había dejado dormida debajo de una almohada de espinas que olía a sexo, a desamparo, a humedad, tal vez dejó de sentirse un trapo, vaya uno a saber que pasó por su cabeza en ese momento, quizás en medio de esa vorágine de desesperación donde la angustia y el resentimiento son ángeles caídos, en medio de ese remolino de sentimientos, donde el amor y el odio son amantes, tal vez bastó ese instante para que ella creyera en sí misma, a lo mejor ese NO era la puerta de la jaula que la ataba a las quimeras de hielo que construía en el ardiente desierto de los imposibles, lo cierto es que una tarde, cuando el sol asesino del mediodía lo destruye todo y el viento norte abre las ventanas anunciando tormenta, se encontró con un mensaje entrelíneas y le tembló la boca…

- No deberías dejar que interprete a mi antojo
- Y tu no deberías interpretar lo que no he dicho
- Vale… haré de cuenta que no leí nada
- …


Media vuelta, 180º a la izquierda, 180º a la derecha, lo volvió a mirar, y antes de empezar siquiera a creer le mordió los labios al quizás y se quedó sola viendo las olas romper el silencio contra la escollera.

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